NOS VEMOS EN LA ESTACIÓN
Cada mañana, de lunes a viernes, coincidía con mi vecino,
para ir a la estación de cercanías. Enrique tenía la edad de mi padre y un
manifiesto problema con la bebida. Me hacía la encontradiza con él para,
disimuladamente, ayudarle a cerrar la puerta de su casa. Era tal el temblor de
sus manos que era incapaz de meter la llave en la cerradura. “Trae que cada día
ves menos” le decía y ambos echábamos a andar hasta la calle principal que nos
llevaba a la estación.
A unos trescientos metros había un bar y él se paraba con la
excusa de comprar tabaco, me pedía que yo siguiera caminando y unos minutos
después me alcanzaba.
En el torno de entrada de la estación, él ya tenía el pulso
firme como para meter el bono en la ranura, la dosis de aguardiente que le
tenían preparada en el bar cada mañana era suficiente para mermar aquellos
alcohólicos espasmos.
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