Veo la puerta cerrada, escucho su música a todo meter,
charla con sus amigos por skipe… Y echo
de menos aquellos días en que su pena se arreglaba con un poco de mercromina,
un soplo en su pupita, retirar sus lágrimas y mocos con un pañuelo y acunarlo
en mi regazo hasta que se iba relajando y todos sus problemas se iban alejando.
Hoy es él el que se aleja, cada día un poco más.
Existe un muro que lo rodea y lo aísla, un muro que se hace
más fuerte cada vez que le pregunto ¿Has estudiado?, ¿Has hecho los deberes? ¿Qué
tal el examen? Su respuesta mecánica “BIEN” es una vuelta de llave más al
pestillo. Puedo ver que sufre pero nunca me explica porqué, me mira con ojos de”
tu no lo entiendes”. Esa sombra de bigote y patillas, el acné y esa nueva
expresión de su cara le hacen huraño y sin embargo le escucho reír a carcajadas
con sus amigos.
¿Quiénes son esos amigos? Escucho sus voces cuando llaman
por teléfono o a través de los altavoces del ordenador, charlan durante horas
mientras juegan a monstruosos juegos bélicos en los que se lanzan todo tipo de
explosivos, dicen palabrotas y exabruptos pero nunca los veo. Los viernes por
la tarde se viste y se marcha. Regresará a las 12. ¿Dónde fuiste? -Por ahí. ¿Con
quién estabas? – Con mis amigos…
ABUELA 1
ResponderEliminarSufría cólicos tremendos, cualquier día o noche empezaba un dolor agudo que le partía el alma y el cuerpo. Se sentía morir y se vestía con su camisón más decente y preparaba la ropa que le serviría de mortaja. Después loteaba sus posesiones y ponía notas a todos sus seres queridos, que eran muchos. Cuando todo el trabajo estaba terminado o simplemente no podía más, llamaba a la vecina que se encargaba de llamar al médico y a mi madre.
ABUELA 2
ResponderEliminarEl médico nunca sabía exactamente lo que le ocurría pero la veía tan mal que hacía llamar al cura y le ponía un calmante fuerte. Según íbamos llegando a la casa, con su último aliento te obligaba a coger el hatillo que te correspondía, se despedía intima y personalmente de cada uno, daba instrucciones generales a mi madre y se relajaba hasta que parecía que no respiraba. El cura daba la extremaunción y esperábamos…
ABUELA 3
ResponderEliminarUno o dos días más tarde se levantaba como una rosa, se arreglaba y salía de compras a reponer todo lo que había regalado. Mantelerías, sábanas, colchas, toallas… Por eso todos los nietos conservamos hoy manteles sin servilletas, servilletas sin manteles, sábanas sin almohadones, almohadones sin sábanas, toallas de diferentes tamaños y colores y un surtido de paños de cocina “recuerdo de …” que no secan.
Grandes ojos nocturnos
ResponderEliminarasoman bajo un manto opaco
que nubla su luz,
inquieta pero vacilante
contiene traviesas ganas de pecar,
de aprender errando por sí misma,
de dirigir sus propios pasos…
Cubierta bajo un falso dogma
esconde sus sueños
mientras una lágrima invisible
resbala por su mejilla,
nadie aprecia su tristeza
y condenada a una vida sumisa
maquina romper el yugo
que la fuerza a ser muda, ciega, sorda,
a vagar como una sombra
detrás de un semejante fálico dictador.
En silencio y a escondidas,
Habiba respira libertad
PRECIOSO
EliminarVolando
ResponderEliminarMontados en el globo, mecidos por la brisa ecuatorial, volamos Masai Mara, a ritmo lento. Cruzan mil ñúes, cazan los leones, el sol se despereza…y dentro se despliega una tranquilidad atemporal, como si a través del sudor nos desprendiéramos de ese reloj que cronometra el mundo occidental. Que no nos deja tiempo para ver que el horizonte es más que aquella línea recta a la que nunca llegas.