Veo la puerta cerrada, escucho su música a todo meter,
charla con sus amigos por skipe… Y echo
de menos aquellos días en que su pena se arreglaba con un poco de mercromina,
un soplo en su pupita, retirar sus lágrimas y mocos con un pañuelo y acunarlo
en mi regazo hasta que se iba relajando y todos sus problemas se iban alejando.
Hoy es él el que se aleja, cada día un poco más.
Existe un muro que lo rodea y lo aísla, un muro que se hace
más fuerte cada vez que le pregunto ¿Has estudiado?, ¿Has hecho los deberes? ¿Qué
tal el examen? Su respuesta mecánica “BIEN” es una vuelta de llave más al
pestillo. Puedo ver que sufre pero nunca me explica porqué, me mira con ojos de”
tu no lo entiendes”. Esa sombra de bigote y patillas, el acné y esa nueva
expresión de su cara le hacen huraño y sin embargo le escucho reír a carcajadas
con sus amigos.
¿Quiénes son esos amigos? Escucho sus voces cuando llaman
por teléfono o a través de los altavoces del ordenador, charlan durante horas
mientras juegan a monstruosos juegos bélicos en los que se lanzan todo tipo de
explosivos, dicen palabrotas y exabruptos pero nunca los veo. Los viernes por
la tarde se viste y se marcha. Regresará a las 12. ¿Dónde fuiste? -Por ahí. ¿Con
quién estabas? – Con mis amigos…