miércoles, 6 de febrero de 2013

GRANDES RELATOS 2013

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  1. LA FUERZA DE LA VOLUNTAD (parte I)

    Sri Lanka, el antiguo Ceylán, es un pequeño país- isla, en el Océano Índico, como una lágrima derramada por India, que ahora flota en el mar. Es un país de contrastes, ¿cuál no? Muy conocido, sobre todo por el té, pero también olvidado, a pesar de los conflictos que lo sacuden. Conflictos religiosos, como la interminable lucha entre hindúes y musulmanes, y los generados por desastres naturales, como el tsunami que afectó sobre todo al sur de la isla. El tsunami fue sobre todo una tragedia humana, una más, que los habitantes tuvieron que tragar, así sin más, y a pesar de la ayuda internacional, a veces desorganizada, a veces caótica, a veces retenida por el propio gobierno…aunque al menos reflejo de la voluntad de ayuda de todos los que quedamos conmovidos por la tragedia delante de nuestra tele.

    En el corazón de la isla, en las tierras más altas, un relieve de verdes colinas ofrece las mejores condiciones para el cultivo del té. En el centro de esta comarca está Nuwara Eliya, una pequeña ciudad, con el clima más fresco de la isla debido a la altitud, y con la fuerte huella que, como siempre, los ingleses dejaron a su paso. Más que una huella, intentaron, en su línea, reconstruir una “Little England”: mansiones estilo Reina Ana, clubs elitistas donde no se puede entrar sin carnet, o sin un atuendo adecuado, country cottages….

    En 1824 se plantó por primera vez té en Sri Lanka, en el jardín Botánico de Peradeniya, y a partir de ahí la plantación se fue generalizando hasta hoy, en que hay más de 200.000 ha plantadas, y con producciones que alcanzan el 25% de las exportaciones mundiales del producto. Debajo de estas cifras, más allá del delicioso aroma del té crecido en las tierras altas, disfrutado en salones europeos, cálidos y cómodos, y en porcelanas clásicas, está la vida de quienes viven allí, de quienes recogen, clasifican con paciencia las hojas verdes y tiernas, que luego irán a los secaderos. Casi todos ellos, sobre todo ellas, son tamiles, la etnia más pobre de Sri Lanka, la piel más oscura, los ojos más intensos, los trabajos más duros.

    Una de estas mujeres tamiles es Shoba. Tiene 6 hijos: Dharma, Bandula, Thilak, Athula, Sarasi y Samadara. Y un marido que no recuerda como conoció. Simplemente estaba allí, y un día los padres decidieron que se casaran. No sabe si es bueno o malo. Es un marido. Shoba no espera mucho. Su apoyo está en su madre, su abuela, sus abundantes y chismosas tías…Ella y las hijas recogen el té. Está muy mal pagado, y el trabajo es duro; apenas da para comer toda la familia. Desde su casa tienen que andar dos horas cada día hasta la plantación en la que trabajan. A la vuelta, antes de cenar aún dedican un rato a dar las gracias a los múltiples dioses hindúes, que esperan impacientes en el pequeño altar de la casa, siempre rodeados de flores frescas. Thilak, uno de los hijos varones, no trabaja en el té. Su madre quiere que vaya a la Escuela en Nuwara Eliya, porque es muy listo, y quiere para él un futuro distinto. Ellos también sueñan. Y Thilak va la escuela. Pero él sabe que en su casa hay poco dinero. A sus diez años sabe eso y muchas otras cosas. Cosas que sorprenderían a Juan, Luis, Eduardo, o cualquier otro niño occidental de diez años. Thilak quiere ayudar también y llevar un poco de dinero a su hogar. Y, cuando sale del cole se transforma en vendedor de flores, anónimo, porque nadie lo sabe. Grandes flores frescas, de colores intensos, que recoge en algunos jardines, a escondidas, a veces incluso en el Victoria Garden, un jardín en el centro de la ciudad que a él le parece de cuento de hadas. Pero ahí siempre va de noche, cuando nadie le ve.

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  2. LA FUERZA DE LA VOLUNTAD (parte II)

    Elisa es española. Cansada del paisaje de fondo mediterráneo de todos sus veranos, este año quiso cambiar. Y decidió emprender una aventura, grande para ella, que nunca había salido de España. Y visitar Sri Lanka. No sabía por qué esa isla siempre le llamaba la atención al abrir los Atlas que tanto le gustan. El nombre le atraía: Sri Lanka, y le atraía el océano que la rodea: el Índico (¿por qué los océanos tienen nombres tan sugerentes? Siempre le apetece a Elisa sumergirse en ellos al pronunciar su nombre); y le atraía su paisaje, su mezcla de religiones… ¿Por qué no? Si, se decidió a vaciar la hucha y marcharse. Total, la cosa en España tiene mala pinta. Y de poco valdrán los ahorrillos que ha conseguido atesorar después de años de trabajo monótono en la Seguridad Social. Recorrió el país, contratando a veces viajes organizados, otras veces simplemente alquilando un coche con conductor. Y eso es lo que hizo para recorrer las “tierras del té”, un lugar que a ella le parecía de leyenda, y con un especial significado, por ser una gran consumidora de esta infusión. Vio todo el proceso. La plantación, la recogida, vio las factorías, el secado del producto, la clasificación… disfrutó del aire fresco de Nuwara Eliya por unos días. Se llevaba en sus ojos grabado, el verde de las colinas salpicado de los colores ocasionales de los vestidos de quienes lo recogen. Mujeres sin rostro, puntitos de color en el mar verde. Habían pasado los días. Y Elisa volvía hacia Colombo en el coche alquilado conducido por Ranjid, un hindú del que había conseguido sacar pocas palabras, pero sonrisas. La carretera desciende de Nuwara Eliya dibujando grandes curvas en zig zag. Aparece en la primera un niño, mostrando, para vender, un gran ramo de flores intensas. Elisa no se fija mucho, va rumiando lo vivido en los días pasados, todo lo que genera un viaje, en que uno cambia el fondo y la banda sonora habitual de sus días. En que todos los sentidos están alerta y somos capaces de ver y apreciar cada detalle que nos cruza en el camino, y disfrutarlo. No, Elisa, no se fija, y el coche sigue su camino. En la siguiente curva de nuevo un niño con flores, ¿el mismo? Ahora Elisa se fija un poco más en su raída camiseta, incluso le da tiempo a vislumbrar su enorme mirada oscura. Pero el coche sigue avanzando, Ranjid al volante, de fondo la música que a él le gusta, relajante pero algo monótona. Y en la siguiente curva, y en la otra… de nuevo ahí estaba; muy delgado, moreno, con su raída camiseta, sin jadear a pesar de las carreras atajando por la jungla para llegar a tiempo al siguiente zig zag. Curva y niño… hasta que algo movió a Elisa muy dentro y gritó al conductor, ¡Ranjid, please, stop¡ Él obedeció la orden sin más, y allí, en medio de la carretera, ya casi en el valle, Elisa abrió la puerta y bajó del coche para ser acogida por la sonrisa más inmensa,
    -¿Do you want flowers?
    - Just what I needed…

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  3. REENCARNACIÓN O CÓMO A MI PSICOTERAPEUTA LA SESIÓN DE SOFROSIS SE LE FUE DE LAS MANOS.


    Me desperté con un pegajoso sabor dulzón en la boca, no quise pensar. De nuevo cerré los ojos intentando reconciliar el sueño. Me puse a contar ovejitas: una ovejita, dos ovejitas, tres ovejitas... zzzzzzzzzzz.
    De repente otra vez ese sabor. Intento tragar saliva. Unas hebras pegajosas cuelgan de mi paladar, deslizándose resecas por la comisura de mis labios.
    Intento relajarme inspiro profundamente por la nariz, expiro por la boca, una vez, otra vez. Caigo en un profundo sueño.
    La voz de mi marido me despierta: cariño, si estás en el baño tráeme la loción antimosquitos. Me están acribillando.
    Intento decirle que no estoy en el baño, que estoy en la cama junto a él. No puedo articular palabra, las cuerdas vocales no responden a mi esfuerzo, tan sólo logro articular un leve ssszzz.
    Mi marido enciende la luz y rápidamente un rayo poderosamente luminoso atrae mi atención.
    De repente me sitúo sobre la lámpara del dormitorio, veo a mi marido multiplicado en varias imágenes, zapatilla en mano sacudiendo estrepitosamente a diestro y siniestro: ¡estos malditos mosquitos!
    Ante la sorprendente situación intento calmarme. La zapatilla me cruza tan cerca que sin saber cómo ahora me encuentro en el visillo de la ventana.
    No es posible, intento restregarme los ojos para salir de mi incredulidad. Al hacerlo percibo que no tengo manos. Dos frágiles alitas sustituyen mis brazos. Ante la desesperación se agitan por si solas y me trasladan frente al espejo de la cómoda. Veo mi imagen reflejada por muchas veces. No puede ser real, mi cara no es mi cara.
    Un finísimo semblante con unos enormes ojos me devuelve la mirada multiplicada.
    Esto no puede estar ocurriendo, es producto de mi fantasía.
    Intento conectar cuerpo y mente. Procedo a efectuar una de mis posturas de yoga. Al intentar sujetarme sobre una pierna para hacer el árbol, descubro que tengo otras cinco más. Todas ellas tan delgadas que parecen delgadísimos filamentos. Ante la imposibilidad de poder mantener el equilibrio, desisto del intento.
    La angustia y ansiedad me hacen revolotear sin tino por todos los rincones de mi cuarto.
    Choco enloquecidamente contra los brillos del cuadro de la Virgen del Rocío que tengo sobre mi cama, voy sin trayecto fijo rebotando entre frascos de perfume situados encima de la coqueta, de ahí a la mesita de noche, al marco de la foto de comunión de mi hijo, al despertador, cuyo tic tac me hace enloquecer más.
    Traspuesta me precipito al vacío. En mi caída libre esquivo un manotazo de mi marido. Retomo de nuevo el vuelo, soy capaz de redirigir mi destino y me poso sobre una esquina del armario.
    Mi marido se ha propuesto liquidarme sea como sea. Ahora me alegro de que, a causa de su alergia a los productos químicos, no me dejara comprar en el súper aquel insecticida que anunciaba "los mata bien muertos".
    Pienso: la mejor defensa un buen ataque.
    Me cercioro que los movimientos de mis alas me responden, y tras un revoloteo de prueba, me lanzo en picado sobre la coronilla de su calva.
    Objetivo cumplido. El dulzor de la victoria me produce una reconfortante euforia. Noto una embriaguez, un éxtasis. Saboreo el líquido meloso, lo noto más concentrado, con un toque de sabor que me recuerda mucho al asqueroso ungüento crece pelo que se pone todas las noches. Sin embargo, ahora lo encuentro exquisito.
    Empieza a gustarme mi nuevo estado. Soy capaz de hacer elegantes piruetas en el aire, atrevidos triples tirabuzones, trasladarme a velocidad vertiginosa, despistar a mi contrincante, hacerlo creer que he desaparecido para después manifestarme con más fuerza y con toda la artillería prevista.
    A lo lejos un eco llama mi atención. Una voz como salida de la profundidad de un pozo. Como a cámara lenta escucho: uuunooo, dooosss, treeesss. Un chasquido de dedos: tack. Y una orden: DESPIERTA.


    PILAR ARENAS NIETO


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